
No quería, pero la decisión de Joe Biden de no volver a presentarse es la mejor para el partido y de paso también la última esperanza para evitar el triunfo de Donald Trump. Para llegar aquí ha sido necesaria una campaña interna tremenda desde todas las trincheras demócratas, de Nancy Pelosi, un referente en el partido, a Barak Obama, el icono que logró romper las barreras para conseguir que un afroamericano entrara en la Casa Blanca. La verdad es que se debería haber llegado a este punto mucho antes, pero ha hecho falta un proceso enormemente doloroso para que el presidente acabara aceptando lo que no quería oír: que está mayor, que sus opciones no parecen frenar el ciclón republicano y que mantener el poder lejos del histriónico Trump requiere una energía que ahora mismo él es incapaz de transmitir. Se acabó, entre el partido al que ha dedicado su vida y un grupo de sus mejores amigos le han tenido que decir que conducir no es solo cuestión de tener un carnet, sino tener los reflejos necesarios para intuir por dónde vienen los riesgos y anticiparse. Una buena parte de la sociedad americana y muchos más fuera del país intuían que ya no era así. El debate fue la gota que colmó su vaso, pero ya antes se le veía torpe en el gesto y en el andar y ahí acabó de confirmar que tampoco mentalmente estaba muy en forma.