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Histórico productor misionero abandonó la chacra tras una vida dedicada a la cosecha

“El panorama para el té es desolador”

Histórico productor misionero abandonó la chacra tras una vida dedicada a la cosecha

“El panorama para el té es desolador”

Cristian Klingbeil pasó la mayor parte de su vida entre yerbales y teales. Conoció los ciclos de la chacra desde la niñez, atravesó crisis, soportó vaivenes de precios y hasta ocupó espacios de representación en defensa de los colonos. Sin embargo, después de casi dos décadas de dedicación plena, decidió abandonar definitivamente la producción. La decisión lo golpea en lo personal y refleja la magnitud de la crisis que atraviesan las economías regionales. “Ya en junio dejé, ya decidí que no voy a seguir” contó en un diálogo íntimo con PRIMERA EDICIÓN. Sabe que a esta altura del año no hay vuelta atrás porque los tiempos del campo no se detienen. “La mayoría de los teales que dejé están abandonados y ni siquiera se hizo la poda. Ya directamente ni dan los tiempos para empezar en tiempo y forma”.

El productor, que llegó a tener 18 hectáreas en plena actividad, y que ofrecía servicios de cosecha, reconoció que había atravesado dificultades en el pasado, pero nunca como ahora. “No, como esta crisis  no hubo otra. Porque siempre vos de una manera sobrevivías, del té o de la yerba. Y ahora a esta altura no zafabas ni de una ni de otra. Todo está complicado”, expresó con amargura.

Klingbeil no es un productor más. Su apellido está vinculado desde hace décadas a la actividad yerbatera y tealera de la zona centro. Integró la CoProTé, fue director del Instituto Nacional de la Yerba Mate en representación de la Producción y ocupó espacios donde defendió con firmeza la voz de los colonos. Esa trayectoria lo volvió un referente indiscutido del sector, alguien a quien se consultaba en cada crisis y que encabezó debates sobre precios, mercados y el futuro de las chacras. Sin embargo, la coyuntura actual lo llevó a tomar distancia de la tierra que trabajó durante toda su vida adulta. “Hoy me toca cambiar de rubro, porque no se puede seguir así”, explicó sin rodeos.

El telón de fondo es la política nacional. La eliminación de los organismos de regulación, el desfinanciamiento de programas de apoyo y el desdén hacia las economías regionales golpearon con fuerza a Misiones. “Nos dejaron solos, totalmente a la deriva. Un productor chico o mediano ya no tiene cómo resistir”, afirma.

La ecuación se volvió imposible: precios bajos para la hoja verde, costos cada vez más altos para la cosecha, el secado y el mantenimiento, y un mercado que, en lugar de absorber la producción, empezó a trabarse. La consecuencia fue el abandono progresivo de las chacras, algo que Klingbeil describe como “un proceso silencioso pero doloroso, porque no solo es lo económico, es también la identidad de las familias”. En sus palabras se percibe el peso de las decisiones políticas. Señaló directamente a la Nación como responsable de un derrumbe que arrastró a productores que hasta hace pocos años lograban sostenerse.

“No es que nos fue mal porque trabajamos mal, nos fue mal porque el Gobierno nacional nos quitó las herramientas de defensa. Lo del Instituto de la Yerba Mate, por ejemplo, fue un golpe letal. Se desregularon precios y quedamos a merced de los molinos, que imponen lo que quieren pagar”, sostiene. 

Para muchos colonos, esa diferencia entre los 270 pesos que ofrecen los empresarios y los 450 que piden los productores marca la línea entre seguir o abandonar. Él eligió dar un paso al costado.

En paralelo, el té atraviesa una crisis que describió como terminal. Durante años la CoProTé intentó mantener un esquema de precios y organizar la exportación, pero las condiciones internacionales y la falta de apoyo oficial terminaron debilitando al sector.

“El té prácticamente no tiene futuro en Misiones si no hay un cambio drástico. Se pagan valores miserables y el productor se funde. Es muy duro ver cómo se abandona una historia de décadas”, lamentó. Su propia experiencia sintetiza esa caída: de haber sido uno de los productores más activos pasó a cerrar las chacras, desmontar equipos y mirar con distancia lo que fue su vida.

Klingbeil recordó reuniones con referentes de otras economías regionales donde se repetía el mismo diagnóstico. Productores de distintas provincias relataban que estaban a punto de abandonar la actividad.

“Una persona que puso plata de su bolsillo para hacer campaña, para mandar a hacer carteles para que gane el actual presidente, ahora dice el tipo que yo acompañé ahora me está fundiendo, y se arrepiente llorando. Eso te llena la canasta”. 

En esos encuentros, los testimonios anticipaban lo que se vive hoy: hortalizas que se pudren sin compradores, chacras vaciadas y familias sin ingresos.

“El panorama para el té es desolador”

Klingbeil compartió las advertencias que recibió de empresarios con los que todavía mantiene contacto. “Está muy complejo el mercado. Estados Unidos está haciendo una plancha muy grande, nuestro principal comprador. En los últimos años ha mermado muchísimo la venta y ha generado complicaciones. En el último año, los principales compradores venían y hacían trato por un 20 o 30%  de lo que normalmente llevaban. Con una caída de volumen de compra muy grande”. La incertidumbre se profundiza con las reprogramaciones de embarques. “Lo que tenías que mandar en mayo, junio o julio resulta que te reprograman para octubre, noviembre, diciembre. Y algunos ya para abril del año que viene. Entonces ya estás teniendo prácticamente una zafra entera dentro del depósito y cómo encarás una zafra más”. La pregunta queda flotando en el aire y define la imposibilidad de proyectar un futuro en la actividad. La ecuación económica también se volvió insostenible.

 “Para acondicionar cien hectáreas de té gastás prácticamente cuarenta millones de pesos. Arriesgar cuarenta millones… si yo tuviese esa plata la coloco en un plazo fijo que sé que la voy a recuperar con una ganancia. En cambio en la chacra no sé si recupero los cuarenta y menos que menos si voy a tener un peso de rentabilidad”.

El colono que antes encontraba en la yerba un salvavidas tampoco lo tiene. “En los últimos años la yerba medianamente venía zafando. Excepto en 2024 y ahora en 2025. Entonces al colono si vos le dabas plata del té o no le dabas, prácticamente no le interesaba, porque con la platita de la yerba zafaba. Ahora de la yerba no le sobra nada y necesita que le sobre algo del té. Y cómo hace sobrar del té si estás pasando el peor momento de la historia”.

Chacras que se venden

La consecuencia inmediata es el abandono de chacras enteras. Klingbeil cuenta que una inmobiliaria de Oberá pasó de tener cuatro o cinco propiedades rurales en venta a manejar una carpeta con cien.

 “Las chacras han caído de cien mil dólares que pedían en 2022 o 2023 a pedir sesenta mil y no las venden. Hoy es un clavo porque nadie las quiere”.

La forestación tampoco ofrece salida porque los precios de la madera están por el piso. Para él, la conclusión es clara: cualquier inversión en la chacra se convirtió en un riesgo altísimo. “Hoy por hoy es más riesgoso que invertir en criptomonedas. No se puede arriesgar. Cuando tenés tu familia, sos el ingreso de tu casa, no podés gastar plata que no tenés, endeudarte. Es imposible”.

 Cristian Klingbeil: “Varias veces, me fui de viaje a Buenos Aires y volví contagiado de COVID poniendo en riesgo a mi familia. Y después también ves otros colegas que estuvieron yendo para la misma reunión y tuvieron un accidente en la ruta… Arriesgamos la vida y tener que dejar así da mucha bronca y triesteza”.

 

Cambio de vida

La decisión de dejar la chacra lo llevó a reinventarse junto a su padre en un taller mecánico. Desde junio trabajan en reparaciones de carrocerías, suspensiones, arenado y lo que aparezca.

“Me largo a aprender alguna otra actividad más. Quién te dice, si mejora esto, en el mediano plazo pueda volver a brindar servicio en la chacra”. 

La esperanza no desaparece, aunque la certeza de haber cerrado una etapa es fuerte. Klingbeil lamentó que en Misiones no existan alternativas productivas suficientes.

“Excepto en Posadas, Iguazú o Candelaria, en el resto o es forestación, tabaco, yerba o té. Lamentablemente ahora todo eso está cayendo fuertemente. Nosotros no tenemos otra salida. No tenemos petróleo, no tenemos minería, y estamos acorralados. Esto tiene que cambiar porque si no va a haber mucha gente pasándola muy mal”.

En el plano personal, confiesa que el golpe es duro. “Te duele… a mí me duele muchísimo. Uno cuando se da cuenta arriesga la salud. Me fui a Buenos Aires porque era uno de los referentes para ir a las mesas de discusión con el Ministerio de Trabajo. Volví con COVID dos veces y exponía a mi familia. Peleé tanto y terminé cayendo porque no podés seguir. Muy triste todo”, sentenció.

Las dificultades atraviesan incluso la vida cotidiana de sus amigos y vecinos. Algunos productores apenas logran pagar la boleta de luz con lo que les sobra de la yerba. Otros advierten a sus hijos que quizá no puedan sostenerles los estudios universitarios.

“Decirle a tu hijo mirá no te voy a poder bancar más en la carrera duele” comparte con la voz quebrada.

Después de tantos años en la chacra, Klingbeil siente que la historia personal y la colectiva se entrelazan en un mismo desenlace. Su caso no es aislado, es un reflejo de un proceso que amenaza con vaciar el interior misionero de productores.

“Hoy cualquier trabajo en la chacra es una inversión de altísimo riesgo. Y así no se puede seguir”, sentenció. 

Pocas expectativas para la próxima zafra

Las expectativas para las próximas zafras se convierten en un interrogante sin respuestas claras para Cristian Klingbeil. El productor, que durante casi dos décadas defendió a los pequeños colonos desde distintos espacios de representación, advierte que el panorama se volvió incierto al extremo de empujarlo fuera de la chacra.

“No sé qué va a pasar con la yerba ni con el té, porque no existe un marco que brinde previsibilidad”, sostiene.

Sus palabras reflejan la incertidumbre que domina a miles de familias misioneras que todavía dependen de la venta de hoja verde para sobrevivir.

El diagnóstico es duro. Según Klingbeil, los precios que ofrece la industria no alcanzan ni para cubrir los costos básicos de la actividad.

“Cuando uno hace los números se da cuenta de que está trabajando a pérdida y nadie puede sostenerse mucho tiempo así”, describe. 

Esa misma ecuación llevó a que decenas de chacras quedaran abandonadas o fueran mal vendidas en los últimos años, mientras los colonos buscan alternativas en otros rubros o directamente migran hacia la ciudad.

La expectativa de una recuperación se choca con el accionar del Gobierno nacional, que desreguló el mercado de la yerba mate, dejó sin efecto las resoluciones de precios y redujo a la mínima expresión el papel del Instituto Nacional de la Yerba Mate.

Klingbeil lo define como “un golpe muy fuerte para toda la cadena” y remarca que los más castigados son los productores pequeños y medianos.

 “La concentración avanza y cada vez es más difícil competir. El productor independiente está quedando afuera”, advierte.

En este contexto, las próximas zafras aparecen como un desafío enorme. La preocupación no se limita al precio de la hoja verde, sino también a la capacidad de colocar la producción.

“No sabemos cuánto se va a cosechar ni si habrá demanda para absorber esa cantidad. La industria va a imponer sus condiciones y el productor no tiene margen de negociación”, anticipó.

La falta de crédito y de herramientas financieras es otro obstáculo que agrava la incertidumbre.

“No hay líneas de apoyo, no existen programas que te permitan encarar una nueva zafra con algo de alivio. Todo queda librado a la buena de Dios”, lamenta.

Cabe señalar que el té viene de una zafra muy complicada que llevó a que los industriales dejaran de comprar antes de lo previsto y muchos colonos se quedaron con su producción en las chacras.

El antes y el después de toda una vida en la chacra

La salida de Cristian Klingbeil de la chacra sintetiza un proceso que se viene repitiendo en distintos puntos de Misiones. Productores que durante décadas sostuvieron la economía regional, hoy deciden bajar los brazos frente a un escenario que consideran inviable. “Yo aguanté lo que pude, pero llegó un momento en que entendí que seguir así era hipotecar el futuro de mi familia”, confesó. Su testimonio marcó un contraste con lo que alguna vez fue la vida en la colonia.

“Cuando empezamos, había otra dinámica, había esperanza de que las cosas mejoren. Ahora todo se volvió cuesta arriba. Cada cosecha es un sacrificio enorme y la retribución es mínima”, recordó. Esa diferencia entre el pasado y el presente se refleja en chacras vacías, galpones que ya no funcionan y familias que buscan salida en oficios urbanos. Klingbeil reconoció que la decisión no fue sencilla.

“Uno se cría en la chacra, tiene un vínculo afectivo muy fuerte con la tierra, con los vecinos, con el trabajo cotidiano. Pero también hay que ser realista: si el esfuerzo no se traduce en un ingreso digno, es imposible sostenerse”, remarcó.

Junto a su padre se dedica a la reparación de equipos y maquinarias agrícolas, un oficio que también lo mantiene ligado al mundo productivo aunque desde otro lugar.

“Nos pasamos el día en el taller, arreglando cosas que muchas veces los mismos colonos traen porque no pueden comprar nuevas”, contó.

Ese vínculo le permite mantener un contacto directo con la realidad de la chacra, aunque ahora la observe desde el costado técnico.  “Cada productor que viene con una bomba o un motor roto te transmite la misma sensación: que la situación está muy difícil, que no alcanza para nada”, describió.

La transición hacia el taller fue una salida necesaria y también una manera de reencontrarse con su padre en el día a día.  “Es un aprendizaje constante. Él tiene su experiencia, yo aporto lo mío, y entre los dos vamos resolviendo los problemas que aparecen”, relató.

“Sigo siendo productor”

La actividad no reemplaza el arraigo a la tierra, pero sí le permitió recomponer cierta estabilidad tras años de incertidumbre en la chacra.

Klingbeil insiste en que la salida no significa un corte definitivo con la producción. “Yo sigo siendo productor de corazón, aunque hoy no esté cosechando. El campo forma parte de mi vida y seguramente siempre será así”, admitió. Ese sentimiento, mezclado con la frustración por haber tenido que abandonar, resume el estado de ánimo de muchos colonos que enfrentan decisiones similares.

Fuente: https://www.primeraedicion.com.ar